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Salud a Mi Barrio, una manera de cuidar la vida 

Cuidar la vida es nuestro trabajo en la Secretaría Distrital de Salud, más que un oficio es una manera de habitar el mundo. Esta postura está sustentada en el cuidado que nos debemos a nosotros mismos y a los demás, así como a las plantas y a los otros animales. Cuidar es inherente a lo humano, hace parte de la fuerza de la vida y de su empeño por permanecer. Gracias a esta forma de actuar hemos logrado superar lo peor en las circunstancias más difíciles, nuestra labor es fortalecer esta manera de relacionarnos y extenderla allí donde se hace más evidente la fragilidad de la existencia.

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Que nos necesitamos y que estamos hechos para estar y actuar juntos es una certeza que hemos convertido en faro orientador de nuestra acción. Nos necesitamos para alimentarnos, para aprender y para enseñar, para trabajar, para crear, para gozar, para reír, para llorar y para apoyarnos en los momentos más difíciles. Somos lo que la experiencia compartida ha hecho de nosotros, lo que cada quien nos ha dejado en el camino y lo que vamos ofreciendo al recorrerlo. Somos los abrazos que nos dimos, los calditos para el resfriado, las trenzas tejidas con paciencia, las noches de tareas en el comedor, las tardes de fútbol en el parque y las mañanas de domingo en ciclovía. Estamos hechos de te quiero, cuenta conmigo, duerme bien, avisa cuando llegues y descansa. Existimos por y para los otros; así ocurre entre humanos y también con los otros seres vivos. Nos necesitamos. El amor, que mueve al mundo y todo lo puede, solo se materializa en el cuidado, el que nos damos, el que brindamos a los demás y el que recibimos. 

Nuestro modelo territorial de salud lleva a la práctica esta manera de ser y de estar con los demás; parte de valorar los conocimientos, las necesidades y los intereses de cada grupo y cada territorio. Por eso llegamos a todas las cuadras y veredas esta gran ciudad, que es una y son muchas a la vez. Sabemos que es en los espacios más cotidianos donde se aprende el cuidado y que es allí, en los campos, las calles y las casas, donde los vecinos, los amigos y las familias se entrelazan y se sostienen mutuamente, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad. Aprender de las personas que cuidan, en el día a día, es nuestro compromiso, pues es en la banca del parque y junto a la chancha de básquet donde transcurren las penas y las alegrías de muchos. La vida es la suma de las historias mínimas que tienen lugar frente a la tabla de picar, de camino al colegio, en la tienda de la esquina, en la peluquería, en el taller, en el centro comunitario y al calor de un café con pan blandito. Es allí donde vamos a buscar a quienes escuchan, consuelan, acompañan, protegen, ayudan, limpian, lavan, alimentan y dan abrigo, para construir en conjunto, y a la medida de cada comunidad y cada necesidad, estrategias de cuidado; de eso se trata este modelo. 


Participación y reconocimiento son las palabras claves de este empeño por el cuidado. Nuestra tarea es abrir bien los ojos y aguzar los oídos para valorar todo aquello que procure el bienestar de las comunidades y garantice el derecho ciudadano a la salud. Las prácticas de cuidado ya existen en cada territorio, lo que pretendemos con este enfoque es reconocerlas, fortalecerlas y extenderlas a quienes se encuentren en alguna situación de vulnerabilidad. De allí que sea tan importante valorar y dialogar con la diversidad de Bogotá. Entender que esta es una y muchas ciudades a la vez es hacer visibles a las comunidades urbanas y rurales así como a los grupos étnicos, a las mujeres y a las niñas, a los niños, a los jóvenes de ambos sexos, a la población LGBTIQ+, a los adultos mayores, a las personas con discapacidad, a quienes han sido víctimas del conflicto armado, a quienes se vieron obligados a migrar y a cientos de colectivos que se aglutinan en torno a los oficios, las actividades económicas, el arte y el deporte. Todos estos grupos hacen de Bogotá, la gran ciudad que es hoy, cada uno de ellos tiene su propia manera de entender la vida; propiciar su participación en los asuntos que atañen al cuidado, escucharlos y responder de manera efectiva a sus demandas es nuestro deber. 


Reconocer cada realidad significa sumar esfuerzos, aprender de cada entorno y cada grupo, conocer a cada familia, apoyar a las personas que cuidan y atender a quienes requieren de mayores cuidados, entender qué es lo que cada uno necesita para estar bien y, por encima de todas las circunstancias, hacer todo para que así sea. Por eso llegamos a las casas de quienes más lo necesitan, conversamos con las familias, nos esforzamos por comprender su situación, promovemos hábitos saludables, hacemos consulta, solicitamos exámenes, llevamos medicamentos y relevamos a los cuidadores para que puedan atender sus propios asuntos. Además de escuchar, actuamos y resolvemos; damos respuesta a necesidades puntuales. Para cada caso, a la medida, diseñamos un plan de cuidado familiar y luego acompañamos su implementación. Así, yendo a los hogares y entendiendo que es allí donde se ejerce y se aprende el cuidado, vamos construyendo una manera de relacionarnos y de actuar en cada territorio. Esta mirada, que surge desde el ámbito doméstico, es la que nutre el diseño y la implementación de los Planes de Cuidado Local, la que permite responder a las distintas necesidades de esta ciudad diversa y la que hace posible que la atención del sistema de salud llegué hasta el mismo barrio. 


Reconciliar a la ciudadanía con el sistema de salud es un imperativo ético, por eso la prestación de servicios de salud y aseguramiento es vital en este enfoque. El reto enorme que compartimos con las Entidades Administradoras de Planes de Beneficios –EAPB– y los prestadores de servicios de salud es responder de manera diferenciada a cada población y territorio. No hay una sola Bogotá, garantizar el acceso a servicios de calidad atendiendo a las características, las necesidades y los intereses de cada contexto y situación es la responsabilidad que compartimos. Pero gozar de salud, bienestar y un buen vivir, va más allá de prevenir y atender la enfermedad, implica construir, entre todos, entornos cuidadores. La vida es una sola y nuestro deber colectivo es cuidarla allí donde se vuelve vivencia cotidiana, en las casas, en los colegios y las universidades, en el trabajo, en las calles, en los parques, en las plazas, en las veredas, en las tiendas y en todos los sitios donde se tejan vínculos y se construya comunidad. 


Materializar este modelo, basado en el cuidado, y llevarlo a la práctica en cada territorio requiere de la participación activa de los grupos, las organizaciones y las familias; es así que la ciudadanía se vuelve ejercicio. Nos necesitamos. Todo en esta propuesta tiene que ver con la innovación y la creación conjunta de estrategias cuidadoras. Que la imaginación, el conocimiento y la experiencia de las comunidades nutra la formulación y la gestión de la política pública, es nuestra garantía de pertinencia. Esta, más que una forma de prestar servicios es nuestra manera de cuidar la vida en democracia y libertad; en democracia porque es algo que hacemos entre todos y en libertad porque permite que los sueños de cada quien se vuelvan realidad. Cuidar es nuestro trabajo y es, también, la invitación que extendemos hoy a Bogotá.